Época: Conquista Iberoam
Inicio: Año 1510
Fin: Año 1550

Antecedente:
Aproximaciones al fenómeno de la conquista



Comentario

Una vez que el capitán conquistador obtenía su capitulación y reunía el dinero necesario para la puesta en marcha de la operación, abría el enrolamiento de voluntarios. Acudían muchos o pocos en consonancia con la fama del capitán, de los bulos existentes sobre la riqueza de la tierra conquistable (algunos lugares tenían fama de malditos, como Chile) y de la situación de pobreza que se vivía en el lugar donde se hacía la leva. Después del levantamiento de los comuneros, abundaban los castellanos dispuestos a poner un mar entre ellos y el Emperador. El paisanazgo jugaba, asimismo, un papel importante. Algunas huestes estuvieron integradas en su mayoría por gentes de pocos pueblos, de una comarca o de una provincia, siendo frecuente que muchos de sus integrantes estuvieran relacionados por parentesco. Teóricamente ninguno de los soldados eran moro, judío, hereje, etc., pero en la práctica esto era imposible de evitar, sobre todo cuando se completaban banderas. También se incorporaban algunos religiosos y funcionarios reales. Un elemento poco conocido de las huestes conquistadoras son las soldaderas, que se han silenciado por un extraño pudor, y de las que hay bastantes referencias. Hay que tener en cuenta que la hueste indiana era continuación de la medieval, aunque fuera diferente de la mesnada señorial.
Era frecuente que la hueste se reclutara en España y se completara en Indias. La escala en América se aprovechaba muchas veces para desertar, pues los enrolados preferían probar suerte como pobladores antes que seguir hacia su incierto destino. También se reclutaron muchas huestes en Indias, sobre todo en las islas, donde se vivía una gran crisis económica a fines del primer cuarto del siglo XVI. Los capitanes conquistadores preferían los hombres aclimatados al medio americano. Casi nunca se dio el caso de que una hueste hubiera sido formada íntegramente en la Península, como ocurrió con las de Mendoza y Narváez, que partieron para el Río de la Plata y la Florida.

Tras el viaje marítimo correspondiente y la escala antillana, se llegaba a la antesala del objetivo previsto, donde solía hacerse el alarde. Este era un recuento y revista de la fuerza combativa disponible. Podía verse entonces la impresionante anarquía de vestido y armamento de los conquistadores. Cada soldado se ponía encima lo que le parecía e iba armado como podía. Proliferaban toda clase de jubones y calzas, así como cascos, cotas, morriones, celadas, rodelas, alguna cota de malla y muchos acolchados de algodón contra las flechas. De las armaduras se tomaban sólo algunas piezas de la parte superior del cuerpo. Abundaban las armas blancas como espadas, picas, lanzas y ballestas, aunque también había algunos mosquetes, arcabuces y falconetes. La artillería solía ser escasa y muy ligera. Constituía una de las grandes armas contra los indios, junto con los caballos y los perros. Los caballos iban protegidos con pecheras y llevaban petrales de cascabeles para infundir temor a los naturales. Daban derecho a una parte del botín, como dijimos.

En cuanto a los perros, los hubo muy famosos por su agresividad hacia los indios, a lo que les habían acostumbrado sus amos. Tal fue el caso de Becerrillo, perteneciente a Ponce de León, que ganaba una parte y media del botín, y su hijo Leoncico, propiedad de Balboa, llegó a cobrar hasta dos partes, según testimonió Fernández de Oviedo: "E yo vi un hijo suyo (de Becerrillo) en la Tierrafirme, llamado Leoncico, el cual era del adelantado Vasco Núñez de Balboa, e ganaba asimismo una parte, e a veces dos, como los buenos hombres de guerra, se las pagaba el dicho Adelantado en oro y en esclavos. E como testigo de vista sé que le valió en veces más de quinientos castellanos que le ganó en partes que le dieron en las entradas". En el alarde podían verse también otros conquistadores frecuentemente silenciados, que son los propios indios. Convertidos en aliados por la fuerza de las circunstancias (habían sido vencidos), o por su odio hacia un enemigo común, integraban unidades de combate a veces muy considerables (los tlaxcaltecas, por ejemplo, en la conquista de México). También era corriente que las huestes fueran acompañadas de numerosos indios porteadores llamados "tamemes". Este servilismo se puso de moda a partir de la conquista de México, cuando los totonacas se brindaron generosamente a hacer tal oficio, lo que sorprendió a los castellanos, que lo tomaron ya luego por costumbre, dada la comodidad que representaba. Junto a los tamemes debían figurar las soldaderas españolas y las mujeres indígenas que, por fuerza o por agrado, seguían a sus parejas. El soldado Bernal Díaz rescató del anonimato en su crónica, algunas de estas soldaderas que participaron en la conquista de México, con las que se improvisó un gran baile al rendir la capital azteca: "Primeramente la vieja María de Estrada, que después casó con Pedro Sánchez Farfán, y Francisca de Orgaz, que casó con un hidalgo que se decía Juan González de León; la Bermuda, que casó con Olmos de Portillo, el de México; otra señora mujer del capitán Portillo, que murió en los bergantines, y ésta por estar viuda no la sacaron a la fiesta, e una fulana. Gómez, mujer que fue de Benito de Vergel, y otra señora que se decía la Bermuda, y otra señora hermosa que casó con un Hernán Marín, que ya no me acuerdo el nombre de pila, que se vino a vivir a Guajaca, y otra vieja que se decía Isabel Rodríguez, mujer que en aquella ocasión era de un fulano de Guadalupe, y otra mujer algo anciana que se decía Mari Hernández, mujer que fue de Juan de Cáceres el Rico". Para estas mujeres, de la misma extracción humilde que los conquistadores, la conquista les brindaba la posibilidad de convertirse en señoras de la floreciente colonia asentada sobre la tierra conquistada. Dada la escasez de mujeres españolas existente en Indias, puede decirse que era más fácil que una soldadera se convirtiera en señora de un encomendero que un conquistador lograra su sueño de llegar a ser un encomendero.

En cuanto al capítulo de las relaciones entre las indias y los conquistadores, está pendiente de un buen estudio y esconde un maravilloso arcano de relaciones humanas. Rumiñaui llegó a tildar de prostitutas a las quiteñas que deseaban quedarse para recibir a los españoles, y Bernal nos habla de conmovedores relatos de amor entre soldados e indias. Finalmente las huestes iban acompañadas de los ganados, bovino si se podía, y frecuentemente porcino. Constituían la despensa ambulante de aquel improvisado ejército.

Tras el alarde correspondiente, la hueste se internaba hacia su objetivo, llevando en vanguardia los baquianos o expertos conocedores de la tierra y los lenguas o intérpretes, que solían ir junto al Capitán, y el religioso, si lo había. Una vez dentro del territorio de conquista, se erigía a veces una población para que sirviera de base de aprovisionamiento o de posible retirada. Algunas conquistas necesitaron refuerzos constantes, como las del Perú o México. Estas ciudades, en realidad campamentos militares (Villa Rica, San Miguel, etc.), solían trasladarse luego a sitios más idóneos. Lo característico de las compañas conquistadoras no fue, sin embargo, su aproximación gradual mediante bases de operación, sino su penetración hasta el corazón del territorio enemigo. Eran huestes autónomas que vivían meses o años a costa de los naturales, sin el menor contacto con sus bases de partida. En algunos casos se dividían para aumentar su eficacia o se reunían en un punto ignoto, atraídas por los mitos, como ocurrió en Bogotá o en Quito.

En cuanto a la táctica militar, consistía en sorprender al enemigo, obligándole a rendirse. El ideal era conquistar sin tener que combatir, pero raramente se lograba. Cortés, por ejemplo, hacía exhibiciones de artillería y caballería ante los aztecas con ánimo de amedrentarles. Lo mismo hizo Gonzalo Pizarro ante Atahualpa. Los indios solían asustarse de los cañonazos, de los caballos y de los arcabuzazos, pero difícilmente eludían el combate, ya que defendían su libertad y su tierra. Los españoles buscaban batallas frontales, de tipo europeo, en las que podían jugar todos sus recursos armados. Especialmente importante era combatir en un terreno despejado, donde pudieran maniobrar los caballos. El éxito solía estar casi siempre de su parte, salvo si se trataba de un enemigo demasiado numeroso, de un medio hostil, como la selva o los Andes, o de un paso forzoso de un río, un desfiladero, etc. A partir de la conquista de México, los españoles emplearon la fórmula de apoderarse del jefe enemigo, pues comprobaron que esto desmoronaba la resistencia indígena. Lo hicieron en Otumba, en Cajamarca y en Tunja. El procedimiento fue inútil en regiones tribales regidas por cacicazgos.

Uno de los aspectos más importantes de la conquista fue el enorme dinamismo de las partidas de conquistadores. Infinidad de huestes se movieron con pasmosa celeridad sobre el desconocido mapa americano, buscando mitos. Esto se debió, en parte, al hecho de que algunas plataformas de conquista se sobresaturaron de hombres. Tal ocurrió en Santa María la Antigua del Darién, una población construida por Balboa para albergar unos doscientos vecinos, a la que llegó Pedrarias con más de dos mil hombres. Como no había forma de alimentarlos se inventaban toda clase de entradas conquistadoras, ya que así podían comer los soldados a costa de los indios. Lo mismo ocurrió en Santa Marta, Cartagena, Buenos Aires, etc. Otras veces, el problema surgía a raíz de la conquista de un territorio. No había encomiendas para todos y los conquistadores sin oficio se convertían en un verdadero problema para la colonia. Los Gobernadores inventaban conquistas a territorios lejanos para drenar su jurisdicción de indeseables. Las expediciones del Virrey Mendoza al norte de México o las de Lagasca a Chile y el suroriente peruano, entraron en esta consideración. Finalmente, hemos de considerar el agotamiento de las posibilidades económicas de algunas colonias, como las grandes islas antillanas, que lanzaban al exterior sus excedentes humanos para paliar la situación crítica en que se hallaban. La Española fue el ejemplo más representativo, pero lo mismo ocurrió con Cuba y Puerto Rico.

La empresa conquistadora se clausuraba cuando había logrado su objetivo. Venía entonces el reparto del botín y la desmovilización. Se celebraba una gran fiesta en la que todos los compañeros comían y bebían hasta la saciedad (por lo regular bebidas indígenas) para resarcirse de los días de hambre y sed, mientras se rememoraban las acciones pasadas. A veces, incluso se hacía una parodia de una gran fiesta señorial, como ocurrió en México, donde los soldados bailaron con las soldaderas encima de las mesas. Luego cada uno tiraba para donde podía. Si había tenido suerte, a vivir de su encomienda o de su cargo. Muchos dilapidaban en el juego lo que habían ganado con tanto esfuerzo, convirtiéndose en vagos y maleantes de las ciudades que habían ayudado a fundar. Los menos, buscaban algún sitio tranquilo donde vivir. Los más, otra nueva empresa de conquista. Era volver a empezar.